Es una receta muy sencilla, que se basa en la capacidad que tienen las trufas frescas para aromatizar alimentos. Así, sin gastar un solo gramo, y cuando la trufa dispone de todo su aroma, puedes aprovecharla para “trufar” huevos, quesos, pasta, arroces, etc.
En este caso, lo que pretendemos es «trufar» los huevos. Para ello buscamos un recipiente (preferiblemente de cristal) que podamos cerrar herméticamente, en cuyo fondo colocaremos un papel de cocina. Seguidamente introducimos los huevos (tal cual los pone la gallina, con su cáscara) y la trufa. Para evitar el contacto directo de la trufa con los huevos, también podemos introducir esta envuelta en otro papel de cocina.
Cerramos el recipiente y lo metemos en la nevera. En 2-3 días los huevos habrán asimilado el aroma de la trufa a través de la cáscara y se habrán convertido en un manjar. Prueba a freírlos. ¡Te sorprenderás!
Los huevos trufados también los puedes utilizar de base para otros platos o salsas. El peso de la trufa y el número de huevos a introducir influyen en la intensidad del aroma que trasladaremos a los huevos, y depende del gusto de cada uno. Puedes probar con una trufa de 20 gramos para media docena de huevos.
El proceso se puede repetir más veces. Sólo tienes que tener la precaución de abrir el recipiente (para que se oxigene la trufa) y cambiar el papel cada día (verás que sale mojado como resultado del proceso de respiración de la trufa).